La casa en que entrara lady Elena era de las
más humildes de Sermon-lane.
Al extremo de un portal estrecho y obscuro
halló una tortuosa escalera que tenía barandilla
de madera.
La noble hija del West-End, la opulenta he-
redera de una fortuna inmensa, subió con lige-
reza y sin repugnancia alguna, los gastados pel-
daños de aquella escalera, después de haber te-
nido buen cuidado de tapar su rostro con el es-
peso velillo de su sombrero.
La escalera estaba desierta.
En la casa no se oía ningún ruido que demostrase
que ésta se hallaba habitada.
Subió hasta el segundo piso.
Al llegar á éste se detuvo delante de una puerta;
sacó un llavín del bolsillo y la abrió.
¿Estaba lady Elena en su casa?
Una vez abierta la puerta, se halló en el umbral
de una habitación pobremente amueblada y cuya
única ventana tenía vistas sobre el Támesis.
Cerró entonces la puerta tras sí y dió una vuelta
á la llave.
Hecho esto, acercóse al rincón más obscuro del
caarto.