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¿Qué es lo que me quiere? ¡Diejaame en paz, mi-
lady, pues no tengo necesidad de vuestra conversa-
ción ni de la de los vuestros.
Y mientras tanto que Bulton hablaba así, cerró
el subgobernador la puerta del calabozo.
El preso y la pretendida señora protectora de
los presos quedaron á solas.
Susana sé echó hacia atrás el velo.
Al verla, dió Bulton un grito.
Silenciosas y abundantes lágrimas humedecian
el rostro de la irlandesa. Es
—¡ Cállate!—dijo ésta llevandose un dedo á los
labios.
Y se fué á arrodillar al lado del lecho sobre el
que estaba tendido Bulton.
—Calla y no blasfemes más, e
pitió, —y ya ves que Dios es bueno, puesto que
permitió que nos viésemos.
Y Bulton se calló.
La aparición de Susana, del único sér al que ama-
ra desde hacía mucho tien npo en este mundo, calmó
súbitamente el furor del reo de muerte.
Su alma se dilató, por así decirlo, y sus ojos se
llenaron de lágrimas.
—¡Perdóname, Susana de mi alma, perdóname!
¡ Perdón !—murmuró.
Susana apoyó su rostro en el del bandido y así
confundiéronse sus suspiros y sus lágrimas.
Durante largo tiempo permanecieron así juntos,
la pecadora y el bandido, hablando ella de la infi-
nita misericordia de Dios y del cielo que espera
á los que mueren arrepentidos, y PECUCUAnADolA él
como extasiado.
Y cuando más tarde tres golpecitos a en la
puerta anunciaron á Susana que debía retirarse,
parecía que Bulton se había transfigurado.
Una como celestial alegría AA su rostro
y, murmuró;
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