Era preciso pasar por delante de los calabozos
de los reos de muerte.
La víspera oía aún Juan Colden vociferar á Bul-
ton y sus furiosos aullidos. ]
En el corredor reinaba un profundo silencio.
Al pasar por delante de la puerta del calabozo,
meneó Juan Colden tristemente la cabeza, y dijo
con melancólica sonrisa.
—Creo que el pobre Bulton ya se calmó.
—Y para siempre—añadió uno de los policemans.
Desde este momento supo Colden á qué atenerse.
Para dirigirse á la sala de la Audiencia, era ne-
cesario pasar antes por el patio, y en seguida por
la Jaula de los Pájaros.
Levantó Colden la cabeza y vió allá en lo alto
un girón de cielo azul en medio de las nubes gri-
ses que se deslizaban impulsadas por el viento.
Aspiró con toda la fuerza de sus pulmones una
bocanada de aire libre, y encarándose con sir Ro-
berto, que iba á su lado, le dijo:
—Esto vale mucho más que un vaso de gine-
bra.
Uno de los vigilantes que marchaba á la cabeza
de tan triste cortejo, abrió la puerta de la Jaula
de los Pájaros.
Entró Colden en aquel extraño paso y vió 4
dos presos que estaban trabajando para levantar
una losa. | 0
—¿Qué es lo que están haciendo esos ahí?—pre-
guntó á sir Roberto.
No le respondió el subgobernador, y se limitó
á decir á los policemans:
—¡Apretad el paso!
No comprendió Juan Colden por que tevanta-
ban aquella losa.
A pesar de esto, y sin darse cuenta del por qué,
experimentó una sensación de terror vago. :