diera muerte, había sido el que favoreciera la eva-
sión del niño.
En vano el presidente del jurado hizo entrever
la posibilidad de una conmutación de pena si ha-
cía confesiones, porque no consiguieron sacarle
del mutismo en que se encerró.
La presencia del Hombre Gris sostuvo su valor.
Un solicitor nombrado de oficio, porque Juan
Colden era demasiado pobre para poder pagar un
defensor, presentó la defensa, sosteniéndola con
mucha calma y decisión.
Por un momento, el orador logró conmover al
auditorio, hasta el extremo de que el Hombre Gris
manifestó cierta inquietud.
Debíase esto sin duda, porque habiendo tomado
sus medidas para arrancar á Juan Colden del ca-
dalso mismo, no tenía aún nada previsto para el
caso de la deportación.
Al cabo se disiparon sus temores.
El jurado, después de una larga deliberación,
dictó un veredicto afirmativo.
Con arreglo á él, Juan Colden había: cometido
un asesinato, con la circunstancia agravante de
premeditación.
Uno de los soldados que estaba sentado junto
al acusado, se inclinó hacia su compañero mientras
el jurado deliberaba, y, le dijo:
—Con éste serán dos para empezar el año.
Oyóle Juan Colden.
— Entonces — dijo sonriendo, — es verdad que
ahorcaron esta mañana á Bulton.
—Así es—respondió el soldado.—¿No visteis có-
mo trabajaban en la Jaula de los Pájaros?
Acordóse Juan Colden de los dos presos á los
que viera levantando una losa del patio.
—¿De manera que es allí en donde está el cemen-
terio de los ajusticiados? (1).
(1) Véase El Cementerio de los Ajusticiados.—Casa Editorial Maucci.