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Y Juan Colden echó á andar con paso seguro y
la cabeza erguida, murmurando:
—¡ Morir por Irlanda, no es morir! ¡Es acercarse
más á Dios!
¿Enterraron á Juan Colden en la Jaula de los
Pájaros, ó consiguió libertarle el Hombre Gris?
Esto es lo que narraremos en el episodio, titu-
lado El Cementerio de los Ajusticiados.
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Habían pasado muchos días, y se acercaba la
hora señalada para la ejecución de Juan Colden.
No faltaban más que cuarenta y ocho horas, y
el patíbulo que armaran para Bulton debería lo-
vantarse esta vez para Juan Colden.
El populacho de Londres es e lo mis-
mo que el de París.
Desea con ansia sin igual presehciar esas trage-
dias que no tienen más luz que la indecisa del
naciente día y, por escenario el tablado del pa-
tíbulo.
Con muchas horas de anticipación procura pro-
porcionarse un buen lugar para ¡POSE RIAL ese
espectáculo de muerte.
El pueblo londonense resulta más favorecido que
el de París, porque no tiene que ir ocho noches
seguidas á la plaza de la Roquette, pues sable