Full text: La jaula de los pájaros (3)

—¡Eb! ¡Con que calma habláis, Jefferies de lo 
que se refiere á la muerte de un hombre!—dijo 
uno de los mendigos. 
—Lo que hace la costumbre—observó otro. 
—Y además es preciso que todo el mundo se 
-gane la vida—indicó la barrendera. 
Jefferies estaba muy pálido, y con mano temblo- 
na y febril, llevó á los labios la copa de ginebra 
que le sirvió el tabernero. 
La barrendera continuó: 
—Dime; si te ofreciesen ¡en cambio la vida de 
tu hija, ¿se la perdonarías á Juan Colden ? 
El desventurado padre se puso lívido. 
—¡Ah! ¡Ya lo creo! Mas: por ventura, ¿sería 
esto posible?—dijo Jefferies.—No soy yo, sino que 
el verdugo quien ahorca. 
—Y después de todo—observó uno de los be- 
bedores,—el verdugo no es más que un instru- 
mento. EE 
Aun cuando se negase á ahorcar á Juan Col- 
den, no le salvaría, porque irían á buscar. los ver- 
dugos de Manchester ó Liverpool. 
—También es verdad. 
—Matamos y no tenemos derecho á hacer na- 
gracia de la"vida. 
Y dejando bruscamente la copa sobre el mostra- 
dor, huyó á la carrera. : 
La barrendera decía entre tanto: 
—La verdad es que toqué la cuerda del abor- 
cado... y era lo que yo deseaba. 
Jefferies siguió su camino con paso desigual é. 
inseguro, unas veces lento y otras precipitado. 
Hablábase á sí mismo, y sin cesar acudía á sus 
labios el nombre de Jeremía. ; 
Y esto era porque el desventurado padre ha- 
bía visto á su hija la víspera por la noche, y la 
encontró más pálida y decaída que anteriormente. 
Por esta circunstancia, y á pesar de las seguri-
	        
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