A
ella—añadió su interlocutor, —porque para vengi
le es preciso saberlo todo.
Cogió el Hombre Gris la mano de la pobre ma-
dre, y por así decirlo, la magnetizaba con su mi-
rada penetrante y dominadora.
—Vamos á vuestra casa—repitió.
¿No resistió á esta orden, y le guió al fondo del
obscuro portal, haciéndole subir una escalerilla
de caracol de gastados peldaños.
Al llegar al segundo piso sacó una llave del bol-
sillo, y abrió una puerta.
Hallóse el Hombre Gris en el umbral de una ha-
bitación muy limpia y míiseramente amueblada.
En el fondo de esta sala veíase otra puerta.
La pobre madre la señaló con la mano diciendo:
—¡Allí fué donde murió!
Desplomóse en un asiento y quedóse contem-
plando al Hombre Gris.
—Decís que conocísteis á mi Ricardo...
—Sí.
—¿Fuísteis amigo suyo?
—SÍ.
—¿En dónde le conocísteis ?
—En la cervecería de White fall.
—No sé qué clase de sitio es ese de que habláis
—respondió.
1