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»¡An! ¡La fatalidad, señor, pesaba sobre nos-
otros!
»Se me ocurrió la funesta idea de abandonarle
durante un momento para ir á misa á San Jorge
y Pedir á Dios por la vida de mi hijo.
»Cuando volví le encontré tan pálido, que no
pude contener un grito de espanto.
—Perdóname, madre—me dijo, —porque soy un
hijo ingrato... lo olvidé todo nada más que para
acordarme de mi propio dolor... soy un pobre
loco que va á morir...
»Di un nuevo grito... grito de espanto y de dolor...
porque, al levantar la cortina del pabellón de su le-
cho, vi que éste hallábase muy manchado de san-
gre.»
Al llegar á este punto de su narración, callóse
la desventurada madre y se echó á llorar sin con-
suelo.
La estrechó la mano el Hombre Gris, y la dijo
con voz emocionada y grave:
—Continuad, señora; es preciso que lo sepa
todo, ná :
La madre de Ricardo Harrison consiguió al ca-
bo dominar sus sollozos. 4
Y continuó. de esta manera:
»—Mi desventurado hijo, loco ya de desespe-
ración, se había hecho tres heridas con un puñal,