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Y dió la vuelta á la pared del cementerio para
llegar hasta la verja.
Esta hallábase nada más que ajustada, y así
lo expresaremos, empleando una expresión popu-
lar que todo el mundo comprende. ,
La empujó el Dandy y la enverjada puerta ce-
dió, abriéndose sin hacer sus goznes el menor
ruido, ;
XIV,
Una vez dentro del cementerio, el Hombre Gris
dijo al Dandy:
—Dame la mano, porque podrías tropezar en
alguna tumba, y yo, en cambio, conozco muy bien
el camino.
—Si hace ocho días me hubiesen dicho que me
tenía que pasear por un cementerio, y de no-
che, me negara á creerlo.
No tengo miedo de los muertos, pero, hablan-
do con franqueza, me agradaría más el césped
de Hyde Park,
—¡ Caballero! —dijo el Hombre Gris con acento
burlón.
—Es que muy bien pudiera suceder—replicó el
Dandy,—que los muertos no estuviesen satisfechos,
por mucho que se diga.
No le respondió el Hombre Gris; y continuaron
su camino.
Llevaba como á remolque al Dandy, que sen-
tía estremecimientos, y se decía que se le erizaba
el cabello,