Juana y Susana pusiéronse de rodillas en un rin-
cón y rezaron con mucho fervor.
Dos veces seguidas púsose muy tirante la cuerda.
Tanto el Hombre Gris como el Dandy, se figu-
raron que Bardel y Juan Colden habían quitado
de en medio á algún centinela que les estorbaba.
La cuerda no volvió á estirarse y se oyó otro
grito.
Al oirlo no vaciló el Hombre Gris y montó en
el antepecho de la ventana.
—Pero ¿qué es lo que pasa?—preguntó el Dandy
muy asustado.
No respondió el Hombre Gris, porque se deslizó
rápidamente por la cuerda.
Ya sabemos lo que sucedió (1) en el patio de la
cárcel, :
Pasaron cinco minutos,
Estos fueron de angustias mortales para la pobre
madre, Susana y el Dandy.
Estiróse al fin la cuerda, y el Dandy sintió que
le latía el corazón con fuerza extraordinaria.
Al cabo de algunos segundos, reapareció el Hom-
bre Gris.
Llevaba al niño cogido á su cuello, y cuando
ambos hubieron pasado por cima del antepecho,
no se pudo contener más la pobre irlandesa y
,con voz moribunda murmuró, al sentir alrede-
dor de su cuello, los brazos de su hijo.
—¡Dios mío! ¡Creo que me muero!
E —No se muere de alegría—respondió el Hombre
ris. :
Y al mismo tiempo dijo al Dandy:
—Ahora, ocupémonos de Juan Colden.
—¡De Juan!—exclamó Susana.
—Sí, luchó con uno de los vigilantes,
—¡Dios mío!
(1) Véase El Niño Perdido.—Casa Editorial Maucci.