—Está herido... pero ligeramente... le até la cuer-
da alrededor del cuerpo y vamos á izarle.
El Dandy comprendió de lo que se trataba.
El Hombre Gris y él cogieron la cuerda y Se pu:
sieron á tirar de ella con todas sus fuerzas.
Empezaba á arrollarse la cuerda formando mon-
tón sobre el suelo, cuando ambos experimentaron
una sacudida que fué seguida de un grito de dolor
y de un ruído sordo.
La cuerda se acababa de romper y Juan Colder
cayó al suelo del patio.
—¡ Maldición! —murmuró, el Homtre Gris.
No perdió, sin embargo, su sangre fría ordina
ria ni su maravillosa presencia de espíritu.
—Tira hacia arriba de todo lo que queda de cuer-
da—ordenó al Dandy.
Cuando estaba entera, tenía la cuerda sesenta nu:
dos, y en el trozo que subió el Dandy no queda-
ban más que veintinueve. :
Se había roto casi por la mitad.
—Es imposible bajar ahora—dijo el Hombre Gris
en voz baja. !
—¿Por qué?—preguntó Susana. :
—Porque la cuerda es demasiado corta y el que
bajase se mataría sin utilidad alguna para Juan.
—Pero ¿está herido mi hermano ?—preguntó Su-
sana.
—SÍ. E
—Le encontrarán en el patio...
—Es indudable que sí—respondió con mucha
calma el Hombre Gris. ]
—Le acusarán de complicidad en la fuga del
niño. O
—¿Y, quién: lo duda? a,
—Y le condenarán á reclusión perpétua.
—Harán más que eso—respondió fríamente pl
Hombre Gris, —porque mató á uno de los vigi-
lantes. o A
á PAN:
EAN
A