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—Esta mañana fuí cuatro ó cinco veces desde
Southwar, que -es mi barrio, á la City.
—Pues son esas muy buenas caminatas—dijo el
Dandy.—Eso hace lo menos cuatro ó cinco millas
contando ida y vuelta.
—Sí, poco más ó menos.
Y suspirando añadió:
—Y todo para nada...
En este mismo momento llegó el vapor ómni-
bus y se acercó al pontón.
El Dandy no tuvo tiempo de hacer preguntas
á la mujer por qué había hecho, tantos viajes.
Saltó del pontón al vapor ómnibus en el que
había apenas una docena de personas lo que per-
mitió á la mujer que se quejaba de frío irse á
sentar al lado de la máquina.
Al ver esto el Dandy, tomó asiento á su lado
y, reanudó la conversación.
—¿Con que fuísteis cuatro veces á la City?
—Sí, señor, y por cierto en vano—respondió.
El Dandy esperó á que se explicase.
Y sin duda la mujer no deseaba otra cosa, por-
que continuó:
—Me fuí á White Cross.
—¡A la cárcel de los deudores?
—Sí. Está mi marido en ella.
—¡Pobre hombre! ¿Debe mucho?
—No, señor. Una persona caritativa que fué 4
verme ayer, me entregó la cantidad suficiente para
que le pusieran en libertad,
—i Y lo conseguísteis?
—Hasta' ahora, no señor.
—¡ Cómo!
—Es toda una historia y vais á ver cómo los
Pobres son á veces muy desgraciados persiguién-
doles constantemente la mala sombra. »
—Os escucho—dijo el Dandy mientras el vapor
ajaba rápidamente por el ¡Pámesis,