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Mi marido se llama Patricio—siguió diciendo
la mujer, y le metieron en la cárcel á instancias
de un tal Pussex, panadero, que vivió durante mu-
cho tiempo en nuestro barrio y que ahora está
en Rotherite 4 donde se fué después de retirarse
de los negocios y á él es á quien voy á ver des-
esperada y sin saber qué hacer.
—Y yo creía que no había más que hacer que
presentarse en la cárcel con el dinero para ob-
tener en el acto la libertad del preso.
—También yo creía lo mismo- contestó la mu-
jer.—Fué ayer noche cuando me dieron el dinero
y hoy me levanté de madrugada y apenas era de
día me presenté en la cárcel.
El portero del rastrillo me dió con la puerta
en las narices diciéndome:
«—Es aún muy temprano, volved á mediodía.»
Me volví á mi casa porque tengo dos niños pe-
queños y no me gusta dejarlos solos durante mu-
cho tiempo.
—¿ Y volvísteis á mediodía ?
—Sí, señor. Me dejaron entrar y pude ver á mi
marido: pero cuando quise pagar me dijeron que
sólo el gobernador sir Cooman. podía recibir mi
dinero, y precisamente, sir Cooman, que no se mo-
vía nunca: de la cárcel, habíase ido á la City don-
de almorzaba con el lord corregidor y los alder-
mans, en la gran sala de Guild'hall. Me dijerorn
que no volvería hasta las dos, y no tuve más re-
medio que hacer otro viaje.
—¡ Pobre mujer!—exclamó el Dandy.
—Volví á las dos.
—¿Y encontrasteis á sir Cooman?
—Sí, señor, pero cuando le enseñó el dinero,
me dijo que no era aquella la cuenta' y la verdad
es que han cometido un error en el libro de en-
trada de presos poniendo un cero de más y en
vez de diez guineas figuran cien. En vano dije