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¡An! ¿No fué á ti á quien dí un puñado de
Coronas ?—preguntó.
—Sí, milord.
—Pues bien, habla, ¿qué es lo que puedo ha-
cer en tu obsequio? >
—Prestarme un gran servicio,
—¡De veras?
—Sí. Figuraos que unos días después de nues-
tro último encuentro, estuve en casa de la Bran-
dy, en la cueva del Caballo Negro,
—Sí, sé donde está; conozco la casa,
—Y allí sostuve que erais un lord.
—Y se echarían á reir.
—Sí; pero uno al que llaman el Hombre Gris...
Inmutóse el Dandy.
—¿Qué pasó ?—dijo.
—Que el Hombre Gris me dijo que tenía razón,
que erais un lord. Después nos fuímos él y yo
con una mujer á la que llaman Berta...
El Dandy retrocedió, un paso.
—¡Entonces fuíste tú, miserable, el que robó
la llave á Berta!
—Así es, milord.
—Y el que acompañaste al Hombre Gris á su
casa.
—SÍ.
—Y en seguida hiciste revelaciones á la poli-
cla.
—Sí, yo fuí quien hizo todo eso y por lo mismo
OS seguí esta noche—dijo fríamente el mendigo.
—¿Y qué es lo que me quieres, granuja?—pres
guntó el Dandy intentando darse el tono de lord
Wilmot.
—Lo siguiente: escuchadme y no os incomodéis
"Tespondió Juan.
El Dandy tenía grandes deseos de echar á co-
Frer, pero el mendigo no le dió tiempo porque
Cementerio de los ajusticiados—8