Full text: El cementerio de los ajusticiados (4)

— 16 — 
El mendigo silbó por segunda vez. 
Y, con mofa añadió: 
—Esperemos un poco, que ahora vendrán los 
compañeros. 
En Londres, y en los momentos de peligro, los 
ladrones acostumbran á avisarse por medio de 
un silbido. 
Juan no ignoraba esto, pero en Rotherite, 4 don- 
de la casualidad había llevado al Dandy, no te- 
nía cómplices ni nadie que pudiera obedecerle y 
sin embargo, hizo un cálculo muy sencillo: que 
en todas partes había agentes de policía y que 
indudablemente, al oir el silbido, acudirían, por- 
que despertaría sus sospechas. 
Y no se equivocó. 
A los pocos minutos resonaron unos pasos pre- 
cipitados al otro extremo de la callejuella y Juan 
pudo ver á unos policemans que acudían á paso 
de carga. 
Vieron, al Dandy en el suelo y á Juan que le 
sujetaba, poniéndole la rodilla en el pecho. 
A primera vista el Dandy, que estaba muy bien 
vestido, parecía ser la víctima de un atracador, 
porque Juan el mendigo estaba cubierto de andra- 
jos. Se arrojaron sobre este último, lo cogieron 
por el pescuezo y le quitaron la navaja. 
El Dandy se creyó en salvo. 
Juan, por su parte, no opuso ninguna resistencia, 
No obstante, en el momento en que el Dandy 
se levantaba y daba las gracias á los policemans 
como á sus libertadores, echóse Juan á reir. 
—¡Eh! ¿Conocéis esto compañeros ?—preguntó. 
Y al mismo tiempo sacó del bolsillo una plaqui- 
ta de cobre, sujeta á una correa, y se la puso 
en el brazo izquierdo. 
Al ver la placa quedáronse asombrados los dos 
«entes. Aquella placa era' la insignia de un bri- 
cada y por lo tanto de un jefe, 
bl 
i 
|
	        
Waiting...

Note to user

Dear user,

In response to current developments in the web technology used by the Goobi viewer, the software no longer supports your browser.

Please use one of the following browsers to display this page correctly.

Thank you.