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á su honor y os convenceréis de que no quité
Jada.
—¡ Porque no tuviste tiempo, miserable!—voci-
feró el Dandy.
Y nuestro héroe supo expresarse con un acento
autoritario que intimidó un tanto á los police-
mans.
—Vamos á Scotland-Yard y allí veréis como tu-
ve derecho á obrar como lo hice—dijo á su vez
Juan.
Y los policemans vacilaban y se miraban.
Uno de ellos pareció hallar la solución á un
enigma tan espinoso y preguntó á Juan el men-
digo:
—Según decís, sois un jefe superior de policía.
—Aquí está la placa.
—Y vos—añadió el policeman encarándose con
el Dandy,—decís, que sois un caballero que se-
guía su camino y al que ese hombre quiso robar.
—Lo juro—contestó el Dandy.
—¿De dónde veníais?
—De Charing-Cross.
—¿A dónde ibais?
—A Rotherite, en donde estamos.
—¿ Entonces conoceréis á alguien aquí?—pregun-
tó el policeman.—Y en ese caso no os será difí-
cil presentarnos alguna persona que pueda pro-
bar vuestra identidad.
El Dandy tenía, sin embargo, muy buenas ra-
zones para no decir lo que iba á hacer á Rothe-
rite y á quién iba á visitar, porque respondió:
—Os equivocáis; no conozco á nadie en, Rothe-
rite,
—¿ Y qué veníais á hacer en ese caso?
—Pasearme.
—¿A estas horas y de noche?
—Soy un caballero excéntrico —respondió com
fría dignidad el Dandy.