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Ésa contestación, que habría convencido á gran
número de ingleses, no satisfizo al policeman.
— Escuchadme — dijo, —no será á estas horas
cuando encontramos á los jefes en Scotland-Yard,
para que digan si tenéis razón ó si este hombre
dice la verdad. Los jefes de policía deben estar
acostados y será necesario esperar á mañana pa-
ra que todo esto se ponga en claro.
—Esperaremos á mañana—dijo Juan el mendigo.
—De manera que no es á Scotland-Yard á don-
de vamos á llevaros—repuso el policeman.
—¡¿A dónde entonces?
—Vais á verlo. En marcha.
Hizo el policeman una señal á su compañero
para que cogiese del brazo á Juan el mendigo y,
al mismo tiempo, pasó el suyo por el del Dandy.
—Pero ¿4 dónde queréis llevarme? — preguntó
éste al mismo tiempo.
—Ahora lo veréis.
Y los dos policemans hicieron que el mendigo
y el Dandy siguieran hasta el pontón embarca-
dero.
Casi al mismo tiempo oy6se silbar la máquina
de un: vaporcito que remontaba el Támesis.
—He ahí lo que necesitamos—dijo uno de los
agentes.
Y tiró de la cuerda de la campana del pontón.
Al sonar ésta, la embarcación, que era una lan-
cha de vapor que habría pasado por delante del
desembarcadero sin detenerse, paró la hélice y
fuese acercando poco á poco.
A II