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—¡No Hay nadie!—dijo.
Cerró la puerta, volvió al lado del Dandy y
cogió la lamparita. Hecho esto se levantó la com-
puerta de la cueva que estaba: muy cerca del mos-
trador.
Se bajaba á la cueva no por una escalera de
mampostería sino por una de esas escaleras de
mano que tienen muy anchos y planos los pel-
daños y á las que se llama de molinero.
Pasó primero el tabernero y el Dandy le si-
guió.
La cueva de la taberna se parecía 4 todas las
cuevas.
Era cuadrada y al parecer, no tenía más entrada.
A los lados estaban alineados unos cuantos ba-
rriles de todas dimensiones y uno de ellos era
de esos grandes que tienen dos metros.
Acercóse el tabernero á él, dió la vuelta al gri-
fo colocado en el frente y en seguida se abrió
el fondo dando la vuelta como una puerta, pero
sobre goznes invisibles.
Vió entonces el Dandy un pasadizo secreto por
el que, inclinándose un poco podían pasar dos
hombres de frente.
Aquel era el camino que conducía al escondite
en el que se hallaba Juan Colden, el reo condena
do á muerte,
Una vez dentro del tonel el tabernero, que se-
guía llevando la lamparita en la mano, apretó un:
resorte y el fondo movible volvió á ocupar su
sitio acostumbrado de tal modo que, si en aquel
instante, hubiese bajado alguien á la cueva no
observara ninguna diferencia entre aquel tonel y
los demás.
Hallábase Juan Colden en una sala baja de te-
cho que existía al final de aquel corredor al que
servía de entrada el tonel. La habitación recibía
aire por un agujero abierto en una bóveda po,