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tos como antes de desarrollarse la escena des-
crita.
No obstante, en el momento que pasaba por el
lado del cementerio oyó un ruido confuso y casi
imperceptible.
La noche era obscura y muy densa la niebla.
Paróse y entonces, le pareció que percibía el
ruido con más claridad.
Lo que lo producía eran las voces de dos hom-
bres que estaban hablando bajo en el cementerio.
A fuerza de mirar consiguió el Dandy distin-
guir dos sombras negras ¡al pie de una-tumba y
no dudó ni un momento que fuesen las de los
que hablaban.
Tendióse boca abajo y arrimó el oído al suelo.
La tierra, como se sabe, es siempre sonora, sobre
todo en invierno y el procedimiento que empleó
el Dandy se conocía hacía toda una eternidad.
El indio en la pradera, el árabe en el desierta
y el cazador en el fondo del bosque, cuando quie-
ren oir lo que pasa á gran distancia, se tienden y
arriman el oído al suelo.
El Dandy quedándose en pie no habría podido
oir más que retazos de la conversación de los
nocturnos huéspedes del cementerio y con el oído
sobre el suelo oyó con bastante claridad lo que
decían.
Y se puso á escuchar con mucha atención.
XVII
Lo que se decían aquellos hombres, cuya voz
era completamente desconocida al Dandy podía
no importarle, ni interesar tampoco á Juan Colden
ó al Hombre Gris. a
En Londres hay una porción de vagabundos que
no tienen domicilio y como los persiguen por las
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