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moceton'es saltaban 4 una barca colocando en ella
al ahorcado alejándose en seguida.
—Eso no prueba nada,
—Sí, porque la embarcación bajó á la deriva y.
la seguí con la mirada. Tomó la dirección de Ro-
therite.
—¿ Y quién te dijo que se detuvo allí?
—Aguarda... Al día siguiente tomé el vapor óm-
nibus para ir á Greenwich y entre los pasajeros
que subieron en London Bridge reconocí á uno
de los cuatro que se llevaron á Colden en la lan;
cha. Al llegar 4 Rotherite desembarcó.
—¡ Y no se te ocurrió seguirle?
-—-No, porque no había leído aún en los perió-
dicos que daban una prima de cien libras al que
descubriese el sitio en donde estaba oculto el reo.
Cuando lo leí supuse que éste debía hallarse en
Rotherite y que un día ú otro encontraría yo á
ese corpulento irlandés, le podría seguir y así des-
cubriría el escondite de Colden.
—¿Y es por eso por lo que pasamos aquí días
y, noches?
—Sí,
—Hasta ahora no hemos descubierto nada.
—¡Paciencia! todo se andará.
El Dandy no oyó nada más, pero sabía á qué
atenerse. Se levantó sin hacer ruido y se alejó
de puntillas.
—Será necesario vigilar á ese par de tipos—se
diio,—si bien el daño no es tan grande como yo
presumí. No son los policemans los que nos per-
siguen, sino una policía particular nacida de la
especulación privada. Les daremos un pie de pa-
liza y todo quedará arreglado.
Dicho esto tomó el camino de Borough. Hay
más de una legua de Rotherite á Soutwark, pero
en cambio el Dandy sentíase como remozado aquel
día y en poco tiempo llegó á la catedral de los
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