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no con la cabeza;—mas convenid, milady, que en
esta libre Inglaterra la legalidad nos mata.
—¿Qué queréis decir?
—Que el abate Samuel es el alma del clero ca- '
tólico en Londres y nadie se figura que sea uno ?
de los jefes del partido irlandés
-—Estoy convencida de ello. 4
—Y sabía que se trabajaba para salvar á Colden.
En cualquier otro país, la policía no querría, Ssa-
ber nada más; le detendría, le metería en la cár-
cel y confiaría 4 un juez hábil el cuidado de arran-
carle confesiones.
—Es muy cierto, empero, Inglaterra es el país
de la legalidad y se necesita sorprenderle en Na-
grante delito para poderle privar de la libertad—
observó lady Elena.
—Y eso es tanto más cierto cuanto que: nosotros
no hemos podido hacer que prendiesen á. uno
de los sacristanes de San Pablo—dijo el reveren-
do Town.
—¿ Por qué
—Habréis leído en los periódicos que la víspera
del día en que debían ahorcar á Colden, brilló
una luz eléctrica en la cúpula de San Pablo.
—Sí.
—Esa era la señal que debía hacer que acudie-
ran á Newgate-todos los fenianos de Londres. Se
han hecho averiguaciones que produjeron indicios
morales, pero falta la prueba material. Esos indi-
cios son abrumadores para uno de los sacrista-
nes, que hay dos. A las ocho de la noche se. cie-
rran las puertas y se quedan ellos solos dentro.
Aquella misma mañana prendieron á uno de ellos
porque debía una cantidad de mucha considera-
ción y el otro se quedó, por tanto, solo. Se le in-
terrogó al día siguiente y respondió que no sabía
de qué se trataba y que no había visto ninguna
luz. Se registró toda la iglesia y después la cúpu-