Full text: El cementerio de los ajusticiados (4)

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no con la cabeza;—mas convenid, milady, que en 
esta libre Inglaterra la legalidad nos mata. 
—¿Qué queréis decir? 
—Que el abate Samuel es el alma del clero ca- ' 
tólico en Londres y nadie se figura que sea uno ? 
de los jefes del partido irlandés 
-—Estoy convencida de ello. 4 
—Y sabía que se trabajaba para salvar á Colden. 
En cualquier otro país, la policía no querría, Ssa- 
ber nada más; le detendría, le metería en la cár- 
cel y confiaría 4 un juez hábil el cuidado de arran- 
carle confesiones. 
—Es muy cierto, empero, Inglaterra es el país 
de la legalidad y se necesita sorprenderle en Na- 
grante delito para poderle privar de la libertad— 
observó lady Elena. 
—Y eso es tanto más cierto cuanto que: nosotros 
no hemos podido hacer que prendiesen á. uno 
de los sacristanes de San Pablo—dijo el reveren- 
do Town. 
—¿ Por qué 
—Habréis leído en los periódicos que la víspera 
del día en que debían ahorcar á Colden, brilló 
una luz eléctrica en la cúpula de San Pablo. 
—Sí. 
—Esa era la señal que debía hacer que acudie- 
ran á Newgate-todos los fenianos de Londres. Se 
han hecho averiguaciones que produjeron indicios 
morales, pero falta la prueba material. Esos indi- 
cios son abrumadores para uno de los sacrista- 
nes, que hay dos. A las ocho de la noche se. cie- 
rran las puertas y se quedan ellos solos dentro. 
Aquella misma mañana prendieron á uno de ellos 
porque debía una cantidad de mucha considera- 
ción y el otro se quedó, por tanto, solo. Se le in- 
terrogó al día siguiente y respondió que no sabía 
de qué se trataba y que no había visto ninguna 
luz. Se registró toda la iglesia y después la cúpu-
	        
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