Full text: El cementerio de los ajusticiados (4)

UN 
165 = 
>Para este primer trabajo, no tengo mucha re- 
pugnancia—siguió diciéndose. 
»No conozco á ese hombre y no hay ningún 
inconveniente en volverlo á entregar al verdugo; 
mo será un irlandés más ó menos lo que impida 
á la tierra seguir dando vueltas. 
»Pero el otro... ese sacerdote que dió pan á mis 
hijos... ¡Ah! ¡La verdad es que soy un miserable!... 
»Pero es Isabel la que lo quiere. ¡Ah! ¡Ahb 
Y el desdichado reíase como un condenado, ¡Po- 
bre diablo! 
La miseria le ahogaba' y su mujer le dominaba 
hasta el extremo de hacerle encorvar bajo su vo- 
luntad de hierro. 
Se recordará que Nichols le había dado cita 
para que fuese á buscarle al cementerio. 
Era en éste en donde, desde hacía dos noches, 
estableciera su cuartel general. 
Nichols era un verdadero hijo de los miserables 
y populosos barrios de Londres, un vagabundo 
londonense de tan pura raza como el mismo Juan 
el mendigo, enemigo declarado del Dandy. 
Nichols había empezado todos los oficios, entre 
ellos el de ladrón y estado dos años dando vuel- 
tas al Molino. Sabía de todo, había visto mucho, y; 
era indudable que se encontraba en condiciones 
de ganar la prima ofrecida por la policía. 
En cualquier otro país que no fuera Inglaterra, 
Nichols se habría guardado de tomar ningún aso- 
ciado y su olfato é instinto le hubiera bastado. 
Pero en cualquiera otra parte hubiera sido suli- 
ciente el descubrir el sitio en que se ocultaba ¡al 
reo de muerte é irse después á avisar á la poli- 
cía que habríase encargado de prenderle. 
En Inglaterra las cosas no suceden de esta máa- 
nera: el domicilio es inviolable y la policía nal 
puede presentarse en él sino con una orden for
	        
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