Full text: El cementerio de los ajusticiados (4)

e— 168 = 
—¡Ah! Bien, sabía yo que vendrías 4 reunirle 
con nosotros—continuó Nichols. 
—Los tiempos son. muy malos, y no puede des- 
preciarse el dinero del gobierno—respondió Pa- 
tricio y fuese á sentar sobre la hierba del cemen- 
terio.—¡Qué! ¿Os figuráis que el condenado á 
muerte se halla en Rotherite? 
—Sí, eso es lo que pienso—respondió Nichols, 
—¿Por qué? 
—Porque no puede estar en el Wapping en don- 
de todo el mundo le conoce y tampoco se habrá 
atrevido á refugiarse en el barrio de San Gil. 
—Sí, pero puede estar en el de Southwark. 
Estremecióse Nichols. 
—En los alrededores de San Jorge—continuó Pa- 
tricio. 
—No, estoy seguro de que se líalla aquí—res- 
pondió Nichols y por segunda vez se incorporó é 
impuso silencio con la mano á sus compañeros. 
Al otro lado de la capital del cementerio se 
oía un paso, pero furtivo y desigual, que revelaba, 
si no vacilación, á lo menos cierta prudencia. 
Nichols se puso á hor ajadas sobre la tapia y, 
saltó á la calle y pudo ver á un hombre que 
trataba de pasar desapercibido ocultándose en la 
sombra de una casa. Fuese corriendo á donde es- 
taba y le cogió del pescuezo, pero el agredido, re- 
sistió. » 
—Si sois 'un ladrón, amigo, trabajáis en vano. 
No llevo ni un penique encima y me sueno, con 
los dedos á falta de pañuelo. 
«—¡Juan!—exclamó Nichols. 
—¡ Calla, pues si es Nichols!—dijo Juan el men- 
digo porque era él, el mismo al que la víspera 
asestara el Dandy tan fuerte golpe en la: cabeza y 
al que Sultán, el perro de Terranova obedecien- 
“5 á su instinto de salvador de ahogados, sacara á
	        
© 2007 - | IAI SPK
Waiting...

Note to user

Dear user,

In response to current developments in the web technology used by the Goobi viewer, the software no longer supports your browser.

Please use one of the following browsers to display this page correctly.

Thank you.