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daba 4 abandonar el lecho y obedeciendo las ór-
denes del” Dandy. Cuando un. pálido. rayo de sol
atravesaba la niebla, los criados la llevaban al
lado de la ventana.
Todas las mañanas y todas las tardes iba Jeffe-
ries; pero no iba solo á enterarse de cómo se-
guía su hija, sino de si el Hombre Gris estaba
bien oculto.
El Dandy volvió 4 Hampstead. .
En medio de sus dudas y de sus terrores, el
Dandy no había podido mostrarse insensible á
los placeres y á las ventajas de su nueva posi-
ción. Los criados seguían llamándole milord, es-
taba bien hospedado y alimentado y su ¡ayuda
de cámara no le dejaba: salir á la calle sin lle-
narle antes los bolsillos de dinero.
Por fin, aquella noche desapareció su última in-
quietud; se veía libre, al cabo, de Juan el men-
digo.
Desde el momento en que se había convenido
que el Dandy era un lord excéntrico, nada más
natural que, de vez en cuando, se pusiese su an-
tiguo traje.
En casa de la linda hija del ropavejero Samuel
cambió su traje nuevo por uno de marinero.
El cochero no opuso ninguna dificultad, porque
sabía que un marinero que ha recibido su, paga
es generoso y no regatea jamás.
No le dió motivo el Dandy para que se arre-
pintiese de su confianza y le dió una hermosa y
nueva media corona y una moneda de seis peni-
ques.
Sacó después la llave de la verjal del bolsillo
y entró en el jardín.
En la quinta estaban durmiendo todos, excep-
ción hecha del ayuda de cámara que tenía orden
de esperar ES. á milord. |
No 50 dignó dan á su criado la menor explica: