Full text: El cementerio de los ajusticiados (4)

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nes de estiércol! y un brazado de paja en un rin- 
cón. 
—Aquí estamos, compañeros, al nivel del agual 
y además la cala no tiene salida alguna al exte- 
rior—dijo Juan el mendigo.—Voy á cerrar la es- 
cotilla y estaremos como en nuestra casa y siá 
su señoría se le antoja gritar, puede hacerlo á 
su antojo, pues me figuro que nadie oirá sus gri- 
tos. 
—¡Miserables!—pensó el Dandy cuyo corazón 
dejó de latir.—Creo que me van á desollar vivo, 
Cogió Juan un brazado de paja, lo llevó al cen- 
tro de la cala y le pegó fuego. 
—Ya sé lo que quieres hacer—dijo Nichols. 
—Y yo también—añadió Patricio que frunció el 
entrecejo. 
—Pues yo no comprendo absolutamente nada— 
dijo Macferson que dejó su fardo en el suelo. 
El Dandy tampoco comprendía, mas tardó muy 
poco en enterarse cuando vió que Juan le desata- 
ba las piernas y le quitaba medias y zapatos. 
—Milord—le dijo el mendigo con acento muy, 
irónico, —vamos á tener el honor de interrogaros 
y de vernos obligados á emplear ciertos medios 
si no sois amable, 
Y le quitó la mordaza. 
—¡Miserable!—gritó el Dandy que recobró el uso 
de la palabra y á quien el miedo dió alientos.— 
El día menos pensado os ahorcarán á todos si me 
hacéis el menor daño. 
—Eso, depende de vuestra señoría—respondió el 
mendigo. 
Y pasado un momento en silencio, preguntó: 
—¡ Vive vuestra señoría, en Rotherite? Suponga 
que no. 
—No—respondió el Dand;. : 
—Y, sin embargo, ayer estuvo en el barrio) 
—¡Qué os importa!
	        
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