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contenía unas cuantas de esas cerillas que duran;
unos dos minutos. La restregó en la lija de la
caja y chispeó la luz,
—¡Mírame!—ordenó el Dandy.
No se había visto aún, pero era tan grande su
fe en el Hombre Gris que no dudó ni un; solo
instante acerca del éxito de la metamorfosis por
aquel anunciada.
De pronto dió un grito el escocés.
La claridad que se desprendía de la velilla' ¡lu-
minó á su compañero y vió que éste se había;
transformado en un negro con el cabello blanco.
—Ya lo estás viendo ¡soy el diablo!—repitió el
Dandy lanzando un grito estridente.
Era tan poco lo que dudaba, el escocés que em-
pezó á dar gritos horrorososs y se refugió en lo
falto de la escalera que comunicaba con, el entre.
puente.
El Dandy le siguió gritando.
—¡Soy el demonio! ¡Teme mi E
Y se levantó apoyando un pie en la escalera
El fósforo se concluyó y todo quedó PEN
en la obscuridad.
Pero el Dandy tenía también cerillas y el esco-
cés, que estaba haciendo vanos esfuerzos para le-
vantar la escotilla del entrepuente, vió que la cala
se iluminaba de pronto y al Dandy, más negro
que el mismo demonio, pegando fuego á un poco
de paja que había quedado en un rincón.
El terror duplicó las fuerzas del escocés que hizo
hincapié en la escalera, apoyó los hombros en
la escotilla y la dió un empellón tan violento que
la clavija que la sujetaba saltó hecha pedazos y
el tablero se levantó cayendo á un lado.
' Y Macferson, loco de terror, con el pelo erizado,
huyó por el entrepuente primero y después por
la cubierta,
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