—Y cuando haya salvado á Juan Colden, puede
que tenga por necesidad que ocultarme durante
unos cuantos días.
—¡Ah!
—Así pues, como puedes suponer—siguió dicien-
do el Hombre Gris, —querré- cumplir la palabra
que di á Jefferies una vez que éste hizo aquello
á que se obligó. Quiero que viva su hija. Si yo
no estoy aquí, es necesario que tú puedas conti-
nuar el tratamiento á que sometí á Jeremía. Voy,
pues, á iniciarte en el secreto.
Dichas estas palabras, el Hombre Gris hizo que
el Dandy le siguiese 4 una habitación inmediata,
que convertiera en laboratorio de química.
En ella se encontraban el hornillo y la caja con
el polvo negruzco.
—Escúchame—dijo el Hombre Gris.
—Hablad, señor.
—Ya te conté que en América hay un valle en
el que se cura la tisis con rapidez, con sólo ber-
minecer en él algún tiempo
—SÍ.
-—Y que esa curación debe atribuirse, no al cli-
mia, sino á ciertas emanaciones resinosas que se
desprenden de los árboles de que está cubierto.
—¡Ah!—hizo el Dandy que escuchaba con mu-
chia atención.
—Analicé esas emianaciones y adquirí la segu-
ridad de que hay en ellas una mezcla de brea
y de ácido fénico. La brea sola no sería suficien-
te, pero combinada con el ácido fénico, produce
un resultado decisivo.
—¿ Y qué más ?—preguntó el Dandy que escucha-
ba atentamente.
—Ese polvo que me ves desparramar todas las
mañanas sobre las ascuas, no es ni más ni menos
que fenol pulverizado, El fenol lo venden en to-
das las farmacias,