Full text: El cementerio de los ajusticiados (4)

—Y cuando haya salvado á Juan Colden, puede 
que tenga por necesidad que ocultarme durante 
unos cuantos días. 
—¡Ah! 
—Así pues, como puedes suponer—siguió dicien- 
do el Hombre Gris, —querré- cumplir la palabra 
que di á Jefferies una vez que éste hizo aquello 
á que se obligó. Quiero que viva su hija. Si yo 
no estoy aquí, es necesario que tú puedas conti- 
nuar el tratamiento á que sometí á Jeremía. Voy, 
pues, á iniciarte en el secreto. 
Dichas estas palabras, el Hombre Gris hizo que 
el Dandy le siguiese 4 una habitación inmediata, 
que convertiera en laboratorio de química. 
En ella se encontraban el hornillo y la caja con 
el polvo negruzco. 
—Escúchame—dijo el Hombre Gris. 
—Hablad, señor. 
—Ya te conté que en América hay un valle en 
el que se cura la tisis con rapidez, con sólo ber- 
minecer en él algún tiempo 
—SÍ. 
-—Y que esa curación debe atribuirse, no al cli- 
mia, sino á ciertas emanaciones resinosas que se 
desprenden de los árboles de que está cubierto. 
—¡Ah!—hizo el Dandy que escuchaba con mu- 
chia atención. 
—Analicé esas emianaciones y adquirí la segu- 
ridad de que hay en ellas una mezcla de brea 
y de ácido fénico. La brea sola no sería suficien- 
te, pero combinada con el ácido fénico, produce 
un resultado decisivo. 
—¿ Y qué más ?—preguntó el Dandy que escucha- 
ba atentamente. 
—Ese polvo que me ves desparramar todas las 
mañanas sobre las ascuas, no es ni más ni menos 
que fenol pulverizado, El fenol lo venden en to- 
das las farmacias,
	        
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