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tuvo tiempo de dominar su espanto y recuperó sul
sangre fría.
A su vez le miró y sostuvo con decisión su
mirada. |
—Vamos—dijo el Hombre Gris, —prefiero que sea
así, porque veo que sois una enemiga con la que
hay que contar. La naturaleza: femenina, no es
suficientemente enérgica para dominar un primer
momento de terror, pero vos, milady, tenéis alma
de hombre y ésta se reaccionó en seguida.
Hablemos, pues, querida amiga, ya que podemos
disponer de una hora.
La cogió otra vez de la mano.
Esta segunda vez no se desasió y se dejó con-
ducir al sofá que estaba enfrente de la chimenea.
El Hombre Gris se quedó en pie delante de
ella.
-Sed franca, ¿no es verdad que me odiáis?—
la preguntó.
-Si—respondió lady Elena con acento nervioso; :
08 odio y os reto!
—Jurasteis mi perdición.
—Sí.
—Y será un gran día para' vos, aquel en que
yo ponga los pies en el vacío delante de Newgate.
—Sí, lo confieso—respondió la joven, afrontan-
do de nuevo su mirada.
—Lo sabía.
—Pero, sabedlo, quiero ser una enemiga feal.
Hoy, aun estoy en vuestro poder y podéis asesi-
narme. Hacedlo, si no obraréis muy mal.
—No—respondió el Hombre Gris sonriendo.
—Bien sé—siguió diciendo lady Elena,—que te-
néis en vuestro poder cartas mías que pueden des-
honrarme, y esa posesión es en vuestro concepto,
la mejor de las gárantías.
Pues estáis equivocado, porque luna mujer de