Full text: El cementerio de los ajusticiados (4)

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tuvo tiempo de dominar su espanto y recuperó sul 
sangre fría. 
A su vez le miró y sostuvo con decisión su 
mirada. | 
—Vamos—dijo el Hombre Gris, —prefiero que sea 
así, porque veo que sois una enemiga con la que 
hay que contar. La naturaleza: femenina, no es 
suficientemente enérgica para dominar un primer 
momento de terror, pero vos, milady, tenéis alma 
de hombre y ésta se reaccionó en seguida. 
Hablemos, pues, querida amiga, ya que podemos 
disponer de una hora. 
La cogió otra vez de la mano. 
Esta segunda vez no se desasió y se dejó con- 
ducir al sofá que estaba enfrente de la chimenea. 
El Hombre Gris se quedó en pie delante de 
ella. 
-Sed franca, ¿no es verdad que me odiáis?— 
la preguntó. 
-Si—respondió lady Elena con acento nervioso; : 
08 odio y os reto! 
—Jurasteis mi perdición. 
—Sí. 
—Y será un gran día para' vos, aquel en que 
yo ponga los pies en el vacío delante de Newgate. 
—Sí, lo confieso—respondió la joven, afrontan- 
do de nuevo su mirada. 
—Lo sabía. 
—Pero, sabedlo, quiero ser una enemiga feal. 
Hoy, aun estoy en vuestro poder y podéis asesi- 
narme. Hacedlo, si no obraréis muy mal. 
—No—respondió el Hombre Gris sonriendo. 
—Bien sé—siguió diciendo lady Elena,—que te- 
néis en vuestro poder cartas mías que pueden des- 
honrarme, y esa posesión es en vuestro concepto, 
la mejor de las gárantías. 
Pues estáis equivocado, porque luna mujer de
	        
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