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reco durante más de una hora y le preparó para
la muerte y, no obstante, hacía quince días que
trabajaba con sus amigos para salvarle; ¿cómo
explicar que estando séguro de sus amigos no le
hubiese dejado concebir la menor esperanza? De-
bíase esto al exceso de prudencia del Hombre
Gris que había dicho la víspera:
—El hombre que va á ahogarse, se agarra con
mucha frecuencia á los que van á salvarle y lo
logra á veces de una manera tan fatal, desespera-
da y poco hábil, que los hace perecer con él,
Así puede suceder con Juan. Está resignado á
morir; pues conviene que no tenga esperanzas por-
que podía hacernos traición con su actitud con-
fiada, llamar la atención de la autoridad y hacer
que todos nuestros proyectos fracasasen:
El abate Samuel se separó de Colden después
de hablarle de la otra vida y de Dios que no
abandona jamás á los que le sirvieron y le pro-
metió volver á la noche y pasar toda ésta re-
zando á su lado.
A la visita del abate Samuel, siguió la de las
señoras Protectoras de los presos, y por último,
tal hacerse de noche, 'abrióse la puerta de la celda
y el jefe de los vigilantes le dijo:
—Juan Colden, aquí están dos alumnos de Christ
Hospital que vienen á visitaros con arreglo á lo
establecido por el rey Eduardo VL
Y Juan vió entrar en la celda, primero á un
joven, que era el más antiguo de los alumnos, y
luego á un niño, el último ingresado y más jo-
ven de todos.
'De pronto, y al mirar á este último, dió Juan
'un grito y se preguntó si Dios no hacía un mi-
lagro en su favor. En el niño había reconocido
al hijo de Juana la irlandesa, á Rodolfo, por quien
iba á sufrir la última pena, aquel que era, en fin,
el redentor que esperaba la desventurada Irlanda,