Full text: El cementerio de los ajusticiados (4)

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del imuro de ronda de la cárcel que no se oyese 
el murmullo de la multitud que vociferaba con 
más impaciencia á medida que se acercaba la hora. 
Será preciso aplazar la ejecución- dijo el sub- 
gobernador. 
—Es imposible—respondió el gobernador.—Va- 
mos, poneos en pie, Jobson. 
—No puedo—balbuceó gimiendo el verdugo cu- 
yas torturas no tenían fin. 
Juan Colden habíase puesto muy pálido y com- 
prendía que en aquellos momentos su vida depen- 
día de 'uun milagro. 
—Señores—dijo el abate Samuel, —el pueblo vo- 
cifera y cada uno de sus gritos hace más doloro- 
sa la agonía de este desdiciiado. 
—Es preciso concluir—dijo el sherif. 
—Es verdad—asintió el gobernador, y Jefferies 
dió un paso para acercarse á él 
Hace veinte años que soy layudante de Jobson 
y creo «que, en caso de necesidad podré reempla- 
rarle—dijo,—y si Vuestro Honor se digna permi- 
tírmelo... 
-Sí, sí—respondió el gobernador. ¡En marcha! 
—y dejaron al verdugo que se retorcía con atroces 
convulsiones. 
El sheyif hizo la señal de que era preciso se- 
guir adelante. 
El abate Samuel sostuvo al reo y repitió la pa- 
labra ¡valor! Jefferies se colocó á la derecha, y 
el cortejo siguió la marcha. 
No tenían que hacer más que atravesar el co- 
rredor para llegar á la cocina, que era, como se 
sabe, por donde tenía que pasar el condenado 
á muerte. En la cocina habían colocado las gran- 
des cortinas blancas que oculiaban todo y forma- 
ban como un pasadizo. 
La puerta que daba salida tal silio en que se 
hallaba emplazado el cadalso estaba aún cerrada,
	        
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