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Estremecióse el Dandy y después, mirando
su interlocutor, le preguntó:
—¿ Y para qué necesitáis mi hombro?
—Par a tener un punto de apoyo y apuntar con
precisión,
—¡ Ah!
El fusil estaba preparado y el Hombre Gris se
acercó á la ventana, pero, en vez de abrirla, pasó
la mano izquierda por encima de los vidrios y
Dandy oyó un sordo crujido. El Hombre Gris,
con el grueso diamante de la sortija que llevaba
en. los dedos acababa de cortar uno de los vi-
drios.
—¿Qué hacéis?—dijo el Dandy.
—Abro paso á la bala
—i¿ Y no habría sido mucho más sencillo dejar
abierta la ventana
-—No, porque hay que preverlo todo, y si la
ventana estaba abierta nos podrían ver las perso-
nas que subirán en el último instante al patíbulo.
Las campanas seguían doblando y la luz del
día iba en aumento mientras que la multitud ape-
nas podía contener su impaciencia porque se acer-
aba el momento.
—Ponte ahí—dijo el Hombre Gris al Dandy ha-
ciéndole colocar en medio de la habitación y á
dos pasos de la ventana, —y tente firme cuando
sientas que apoyo el cañón del fusil en tu hombro,
—Podéis estar tranquilo, porque estaré tan quie-
to como una estatua.
Acercóse el Hombre Gris á la ventana y esperó
reloj en mano.
Dieron las siete y en el mismo instante se abrió
la puerta de Newgate y apareció el reo.
La muchedumbre empezó á agitarse y se oye-
ron sordos erujidos producidos por las cadenas
que rodeaban el patíbulo y que se rombpían por
cfecto de los esfuerzos de la multitud,
e.
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