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es violentas y como no era po-
pentina, convulsion
ión, fué su ayudante Jeffe-
sible aplazar la ejecuc
ries el que se encargó de ella.
»El reo, al que asistía en sus últimos momentos
un sacerdote irlandés, subió al cadalso. Le echa-
ron la cuerda al cuello y le cubrieron la cabeza
con el capuchón negro y la compuerta se abrió
tanzando al paciente al espacio; pero en el mis-
mo instante rompióse la cuerda y el paciente ca-
yó vivo aún en el suelo. Al mismo tiempo el po-
pulacho rompió las cadenas que rodeaban el ca-
dalso y, á pesar de la policía y la fuerza armada,
se apoderó del paciente que desapareció habiendo
sido imposible hasta el presente averiguar dónde
se halla.
»Lo único que se pudo saber es que diez ó
doce mil irlandeses rodeaban el patíbulo y que
el verdadero pueblo de "Londres, al que agrada
presenciar las ejecuciones, no pudo aproximarse.
»Los policemans que han estado de guardia en
la City, aseguran que desde la víspera, á eso de
las ocho Ó las nueve una verdadera marea hu-
mena invadió los alrededores de Newgate y que
entre la muchedumbre dominaba el elemento ir-
landés. Una brigada de policemans fuese á Scot-
land Yard á poner en conocimiento de sir Richar-
son, jefe de la policía de Londres, lo que ocurría.
El honorable funcionario no sospechó siquiera el
verdadero objeto de aquella manifestación popu-
lar y se limitó á aumentar el número de police-
mans.
» Hasta que pasaron dos ó tres horas y se di-
solvieron los grupos no pudo comprenderse lo
que había en r salidad pasado.
»En un principio se creyó que Jefferies, ayu-
dante del verdugo, era cómplice de los fenianos
y que había dado un corte 4 la cuerda que, con
esto, se habría roto com el peso el reo, mas