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hallarse mejor estos días y renacer á la vida, re-
cayó ayer por la tarde,
—(Creo ¡ay! que esa enfermedad no tiene cura
—observó Susana suspirando.
—¡Oh! Sí, porque el Hombre Gris prometió que
la curaría y la salvará—dijo el Dandy.
El abate Samuel no dijo nada.
—¿No observasteis—dijo el Dandy—que todas
las mañanas hasta anteayer, el Hombre Gris en-
cendía un hornillo sobre cuyas brasas echaba un.
polvo obscuro del que se desprendía inmediatamen-
te un humo negro que llenaba la habitación, y
exhalaba un olor acre?
—SÍ,
—Y que cuando Jeremía 'aspiraba aquel olor se
sentía en el acto más aliviada, desaparecía la opre-
sión y su hermoso color sonrosado aparecía en
sus mejillas.
—También es eso verdad—contestó Susana.
—Ayer por la mañana el Hombre Gris no hizo
nada de eso, ¿por qué?
—Lo ignoro.
—No lo sé—contestaron casi al mismo tiempo
el abate Samuel y Susana.
—Pues yo sí lo sé—dijo el Dandy.
—¡ Ah!
—Esperad. Hasta ayer cuando venía Jefferies
y veía que su hija estaba mejor se llenaba el
corazón de esperanza y lloraba de alegría el po-
bre.
—Sí, pero ayer se miarchó desesperado y con
la muerte en el corazón—replicó Susana.
—Fué porque parecía que la enfermedad había
recobrado otra vez todo su imperio. El Hombre
Gris lo quiso así.
—¿Y por qué?—preguntó Susana.
—Porque el Hombre Gris tiene su plan,
—¡Silencio!