Full text: El cementerio de los ajusticiados (4)

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—Dispensadme—añadió el Hombre Gris,—si en 
vez de retirarme en seguida me tomé la libertad 
de subir á vuestro coche. Si lo hice, fué porque 
no me desagradaba hablaros un momento. 
Hablad—contestó lady Elena, —y si tenéis al- 
go que decirme, estoy dispuesta á escucharos; pe- 
ro—añadió con voz más baja,—me prestáis un ser- 
vicio hoy, en honor de la verdad, un gran servi- 
cio, porque si me hubiesen llevado á la preven- 
ción, no habría tenido más remedio que darme 
á conocer. Permitidme, pues, señor, que os dé 
las gracias... 
Intentó pronunciar estas últimas palabras con 
tun fono afectuoso y no lo consiguió. 
A pesar de todos sus esfuerzos, traslucíase el 
rencor en su voz. 
—Si me atreví, milady, á sentarme á vuestro 
lado—siguió diciendo el Hombre Gris, fué por- 
que quise disculparme vor haber faltado á la cita 
que os había dado... 
—¡Ah! Es natural... 
-—Y como os había prometido deciros dónde se 
hallaban las cartas que escribisteis á Ricardo... 
Combprendió lady Elena que se había puesto pá- 
lida y quizás deploró no hallarse aún entre el irri- 
tado populacho que había podido jugarla una ma- 
la pasada. 
—Milady—dijo el Hombre Gris, —tenéis un ca- 
ballo que corre demasiado y ya estamos muy cer- 
ca del puente de Westminster. Si sigue á este paso, 
dentro de poco estaremos en Belgrave square, y 
por tanto, cerca de vuestra casa, 
Bajó lady Elena el cristal delantero. 
—Guillermo—dijo al cochero,—id al paso, atra- 
vesad el puente, pasad por delante de la abadía, 
seguid por Parliament street y llegad hasta Tra- 
falgar square, 
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