Y
El cochero respondió con un signo afirmativa
y puso el caballo al paso.
Y lady Elena dijo al. Hombre Gris:
—Ahora, señor, podéis hablar, que os escucho.
—En apariencia, milady—dijo el Hombre Gris,
—soy culpable de una falta de cortesía y tengo
empeño en disculparme. Tuve necesidad de vues-
tro auxilio y me prestasteis un verdadero servi-
cio consintiendo en prestar vuestro traje y la
placa de cobre á esa pobre Susana que deseaba
ver á Bulton por última vez. En cambio, habíame
yo ofrecido á presentarme al día siguiente en vues-
tra casa,
—A las doce de la noche—observó lady Elena
con cierta ironía.
—Que era la hora más cómoda y, la menos á
propósito para no comprometeros,
—Es cierto, mas no fuísteis.
—Tuve mucho que hacer y que despachar una
porción de misteriosos asuntos. Bien sabéis, mi-
lady, que iban á ahorcar á Juan Colden
—Lo sé.
—Juan Colden es muy buen hijo de esa Irlanda
la que vuestro padre hizo traición y de la que
os declarasteis cnemiga.
Así es, ¿qué más?—preguntó fríamente lady
Elena.
—Juan Colden, arriesgó su vida por salvar al
niño del molino...
—Sí, sí—interrumpió lady Elena con voz irrita-
da.—Lo sé,
—Y era necesario á toda costa salvar á ese po-
bre Juan Colden.
—¡Y le salvasteis!—exclamó mofándose la pa-
bricia.
—Tendría poca gracia que yo negase ahora lo
que con tantos detalles contó el Times,
—Continuad, .