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slo, 9) Le
nerse siempre en guardia contra las tentaciones
del demonio.
—¿S0is el reverendo sir Pedro Town ?-—pregun-
tó lady Elena.
—Sí, milady—respondió el preguntado, fijando
en la joven una mirada austera.
—Entonces sois la persona que vengo buscando
—dijo lady Elena y entró.
Sir Town hizo un paso más de retirada.
La hija de lord Palmure le dijo:
—Es á vuestro honor á quien deseo hablar. Po-
déis tranquilizaros desde luego, porque no tenéis
que habéroslas ni con una pedigúeña ni con uña
solicitante,
El reverendo ya sabía á qué atenerse.
Acababa de ver en la calle el carruaje de lady
Elena y además ésta á pesar de su sencillo y
obscuro traje, tenía un gran aire que subyugó por
completo á sir Pedro Town.
Guió éste á la ¡joven hasta el final del corredor
/ y allí abrió una puerta por cuya juntura se fil-
; traba un rayo de luz.
$ Hallábase lady Elena en el dintel de una habi-
i tación que era á manera de un despacho y cuyas
ventanas daban al jardín y á la plaza, lo que
¿ €xplicaba el por qué desde la calle no había vis-
, to ninguna luz.
Aquella habitación, bastante espaciosa, tenía las
Paredes cubiertas de una tela verde, que debía
Contribuir á que, durante el día, fuese su aspec-
! to muy sombrío,
En el centro se veía una gran mesa cubiertal
materialmente de libros y papeles y cerca de ella
había una chimenea en la que se consumía un
poco de cok.
Como se ve, la persona á la que lady Elena iba
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Cementerio de los ajusticiados—7
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