Full text: La señorita Elena (5)

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de la puertecilla que, sin embargo, so abría y ce- 
rraba á cada momento. 
De vez en cuando deteníase un carruaje y unas 
veces era 'un caballero el que bajaba, otras una 
dama elegantemente vestida. 
La puerta se abría y se cerraba en seguida y 
el coche se alejaba. Si la cosa era de las prohibi- 
das, el policeman que estaba de punto no tenía 
tiempo de ver nada. 
Aparte de esto la señora Burton pagaba su pa- 
tente y el policeman no podía decir nada. 
Una noche y en el momento en que los relojes 
daban la una de la madrugada, dos hombres, dos 
'aballeros, que ocultaban bajo los amplios abri- 
gos el irreprochable traje negro y la corbata blan- 
a, accesorios obligados de todo inglés que se res- 
peta, que lo usa desde las nueve de la noche en 
adelante, seguían á pie su camino| por la acera de 
Ponton street dirigiéndose hacia la misteriosa puer- 
ta del Infierno. 
Andaban despacio como personas que tenían que 
hacerse serias confidencias, y que no tenían nin- 
guna prisa para llegar á su destino. 
—Sabéis, querido, —decía uno de ellos suspiran- 
do, —que Londres ha cambiado mucho durante sie- 
te ú ocho años. 
El que hablaba de este modo era un hombre 
de unos treinta y seis años, alto, rubio, de aspecto 
militar. Gastaba bigote lo que no se había visto 
en los oficiales hasta después dela guerra de 
Crimea. 
-—¡Bah! llos querido, será siempre la ca- 
pital del mundo y en la que una libra esterlina 
varía sin contradicción y procura todos los go- 
ces posibles, —respondió su compañero, un, ado- 
lescente casi imberbe. 
=Esperaba esa contestación, querido b; ron”, :
	        
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