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Comprendí que se estremecía bajo la influencia
de mis miradas y al mismo tiempo llamé á Lu:
cía mi doncella.
Esta se presentó con una pipa cargada de opio.
Tal vez habría acabado por no hacer caso de
mis seducciones, pero al ver la pipa con el opio,
se despertó de pronto su salvaje afición.
—Ya le estáis viendo, milady,—añadió la Sirena.
—Ahora duerme.
—Sí, —dijo lady Elena, —pero será necesario des-
pertarle,
—¿ Cuándo ?
—Dentro de tuna hora 6 dos, empapándole tas
sienes y las narices con este líquido.
Y lady Elena dió á la Sirena un frasco de cris-
tal que tenía un cierre dorado en el tapón.
—Se despertará embrutecido aun, pero no tanto
que no comprenda lo que tenéis que decirle.
—¿Y qué he de decirle? —preguntó la Sirena.
—Escuchadme, —dijo lady Elena, que continuó
hablando con el tono que da órdenes á la esclava.
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Quizás asombre á nuestros lectores que la, Sire-
ha, que había visto arrastrarse materialmente á sus
pies á hombres dde elevadísima posición social dan-
do pruebas de gran desesperación y que no tenía
más que presentarse en Hyde Park para producir
sensación y casi un tumulto entre la juventud do-
rada de Londres, se mostraba tan humilde y Ssu-
misa en presencia de lady Elena.
Y esto era porque aquella mujer era una escla-
va en medio de la libre Inglaterra; esclava de un
pasado tenebroso que todos ignoraban y que sólo
dos personas conocían y eran éstas lady Elena y
el reverendo Pedro Town.
Un día en que lady Elena necesitó una mujer
verdaderamente hermosa para trastornar la cabe-
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