que haría cuanto yo le mandase, dijo Town, y
el clergyman se inclinó alejándose para cumplir
la orden que le daban.
Una hora después se hallaba en Southwark y
el abate Samuel llegaba á su vez á hacer la aACOS-
tumbrada visita 4 la mujer y á los hijos de Pa-
tricio y vamos á penetrar con él en la casa como
ya lo hicimos con lady Elena. El clereyman se
ocultó en una puerta y el abate Samuel pasó sin
verle y fuese á llamar á la de aquel miserable
cuarto bajo en el que vivía Patricio.
¡Adelante! —dijo una voz de hombre, y el aba»
to Samuel le latió el corazón ¿no sería la del des.
dichado preso por deudas?
Abierta la puerta vió á Patricio que se acercó
tendiéndole la mano.
—¡Cómo! ¿Ya estáis aquí?—le dijo.
— Sí, mi reverendo, respondió Patricio muy
emocionado besándole la mano:
¡Y libre!
dijo Patricio con más tristeza aun,
—¿No 0s escapasteis?
No, que. pagaron por mí.
sl
stá visto que aun hay nobles corazones en
Jabilonia que llaman Londres.
No me felicitéis porque si supiescis á qué debo
mi libertad...—dijo Patricio bajando la cabeza mien-
tras que el abate Samuel se estremecía, La mujer
y los niños fueron á besarle la mano y Patricio
les dijo con dureza:—;¡Idos de aquí! Tú, mujer 4
comprar pan, y vosotros á jugar á la calle porque
es preciso que hable con el reverendo.
Isabel y sus hijos se marcharon en «seguida y
sin hacer la menor observación y el abate Sa-
muel se quedó admirado al observar la actitud
triste y desesperada de Patricio: ¿qué era lo que
había sucedido y qué lo que tenía que decirle
A
ri ere
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