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—Está bien, le veréis cuando salgamos,” dijo el
mayor 4 Juana de la que se apoderó un tristo i
presentimiento. Había visto con mucha frecuencia
al mayor y siempre la pareció un hombre inteli-
gente y cariñoso y á la sazón lo encontró aton- :
tado y brutal; ¿sería obra, semejante metamór-
fosis, de los que querían apoderarse de Rodolfo?
Su corazón de madre adivinó parte de la verdad.
Pasó una media hora y, al fin, se presentó otra i
vez el mayor llevando de la mano á Rodolfo que,
al ver 4 su madre, dió un grito de alegría y sa
+ se .
arrojó en sus brazos, mientras el mayor los con-
: templaba alelado. Juana no perdió un tiempo pre-
cioso y acercando los labios al oído del niño le
dijo:
Prométeme que harás lo que te diga.
—Sí, madre, lo haré.
Bajo ningún pretexto, siguió diciendo Y em-
pleando el dialecto irlandés, que era como la len-
gua materna del niño.—no te quites el traje que
: levas puesto; ¿me lo prometes? )
, —Sí, madre.
] Vamos, despachad y adiós bueña mujer, —dijo |
el mayor, y rechazando 4 Juana hizo subir al
/ niño al coche, mientras que la pobre madre se 4
lo quedaba parada un momento con los ojos llenos
4 de lágrimas y mirando cómo se alejaba el ca-
le rruaje. En el momento en que éste desaparecía
e! tras la esquina de la calle y la irlandesa se dis-
| ponía 4 entrar en el colegio, pasó un negro por,
2 su lado y la dijo:
, —¡ Juana!
o Wolvióse sorprendida la irlandesa y preguntó:
—¡¿Me conocéis?
e! —Sí, soy el Dandy
AN —¿El Dandy? repitió estupefacta Juana.
1 —Sí, Seguidme y no temáis nada porque el Hom-
EN are Gris vela por vuestro hijo,—y, cogiéndola, por