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—No creo que oponga ninguna resistencia, —res-
pondió lady Elena, —porque el niño ha debido be-
ber una dosis de cierto licor que le habrá priva-
do momentáneamente de la memoria.
—Y en cuanto á los irlandeses, no creo que sos-
pechen nada, porque no hay ni uno solo en el
parque, —observó el agente,
a] . . * - - 0
Pocos. minutos después, la Sirena se paseaba
por las orillas de la Serpentina llevando de la
mano al niño, que seguía llamándola mamá.
Una media docena de caballeros á pie los se-
guían á cierta distancia.
Y lady Elena, un poco más lejos, miraba de
soslayo observando lo que iba á pasar.
De pronto y al llegar á un sitio en que el río
formaba un recodo, el agente del pelo canoso se
acercó á la Sirena.
Esta se detevo,
—¿Qué me queréis?—pireguntó.
—Soy—contestó el agente en voz baia—la pier-
sona á la que estáis esperando,
—¡Ah!
Rodolfo ¡miró al recién llegado y dijo:
—¿Quién es este señor? ¿Le conoces tú, mamá?
—Sí, hijo mío.
—Seguidme,—dijo ¡el agente del pelo canoso,—
vamos á subir á un carruaje para salir del par-
que. Es inútil que llamemos la atención.
El landó de la Sirena les seguía á cierta dis-
tancia,
No se hizo rogar, y á una señal suya' paróse el
Carruaje.
El agente la ofreció la mano y la Sirena fué la
Primera que subió.
4 —i Es que ya nos vamos, mamá?—preguntó Ro-
dolfo,