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Pasaron allí una hora, después dos, tres...
¡Qué cosa más extraña! — murmuró Pedro
'. Town.—Mi secretario no viene.
Y tampoco viene ese agente de policía en bus-
:a de la prima, y es raró, porque esa gente no se
lescuida,
Oyóse al fin la campanilla de la puertecilla del
jardín y el reverendo fuese á abrir y vió que era
su secretario el que llamaba.
¿Qué hay?—le preguntó en cuanto franqueó
el umbral de la puerta.
Pues que hace tres horas que el director de
la cárcel está esperando, y en ella no se ha pre-
sentado nadie, —respondió el joven clergyman un
tanto trastornado.
¿Será 'posible?—exclamó el reverendo,
; —A la cuenta no prendieron al niño.
Sí, sí; le detuvieron delante de nosotros,-—res-
pondió lady Elena que acudiera presurosa tras el
reverendo.
Entonces no sé á dónde le llevaron.
Tal vez 4 otra cárcel, —indicó Town.
—No, no, porque yo-oí que decían al cochero:
«¡Cold Bath !» :
-Tal vez los irlandeses le sacaron en el ca-
A mino.
li El furor hizo palidecer á lady, Elena, que ex-
j <lamó:
| ¡Si hubiese sido eso!
E El reverendo miró á su secretario y le dijo:
Pi ¡Os habCis vuelto loco!—y se dirigió hacia la
$ puerta.
p 'Lady Elena le preguntó:
ha ¿A dónde vais?
A ¡A saber lo que pasó!-—respondió el revereh-
xi do con acento de rabia.
El joven clergyman era demasiado tímido para
quedarse 4 solas con una joven tan hermosa co