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Seguíase oyendo el ruido de los remos que gol-
Peaban, el agua y ese ruido hacíase cada vez más
distinto, lo que probaba que se acercaba una lan- Ñ
Cha,
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Si se hubiese abierto un abismo al paso del re- 'l
verendo Pedro Town, no experimentara éste una
sensación más violenta de espanto.
Los hombres de carácter austero y de costum- Ñ
bres ascéticas á los que fanatiza la ambición, y,
que van derechos á su objeto sin detenerse jamás,
están sujetos á veces á repentinos errores; y el
reverendo, que jurara la perdición y ruina del
Hombre Gris y de cuantos servían á Irlanda, hizo
en el acto el siguiente razonamiento:
—De cazador me convertí en caza, de vencedor
en, vencido. Si hubiese tenido á ese hombre en mi
poder, me mostrara implacable con él Me tiene 4
él y me va á matar, está en, su derecho. 3
El puente estaba desierto, la noche era obscura,
y la niebla lo hacía opaco todo, hasta la luz del
848; y el reverendo Town se hallaba rodeado de
tres hombres de los cuales uno sólo habría bas-
tado para rematarle. El miedo hace enmudecer, Ñ
y el reverendo Town no pronunció ni una pala-
bra ni hizo un gesto y lo mismo que una víctima
esperó á que sus verdugos hiciesen, Y
—Dispénseme vuestro honor, pero he de tomar y
algunas precauciones, dijo el Hombre Gris, y con ,
Una destreza de juglar indio le echó al cuello un hi
cordón de seda del que no tenía que hacer más MM
que dar un tirón para estrangularle, y al mismo y!
tiempo ordenó á uno de los que fuera 4 buscar
á la taberna:—Ponle á su honor los guantes que ]
te dí. A
—Van á estrangularme arrojándome luego al Tá- %.
Inesis, —pensó el reverendo cuya oprimida gargan- y
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