Full text: La señorita Elena (5)

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taban diseminados en Londres, obedecían siempre, 
aislada ó colectivamente, á cualquiera que les pro- 
base su autoridad. 
Dejó el coche en la calle y vestido de cochero 
entró en tuna taberna de Newport street, en la que 
sabía habría de encontrar irlandeses. Nadie se fijó 
en él cuando se acercó al mostrador, pero cuando, 
con marcado acento irlandés, pidió una copa de 
ginebra, dos individuos que estaban sentados á 
una mesa colocada en un rincón, levantaron la 
cabeza y el Hombre Gris hizo rápidamente aquel 
extraño signo de la cruz, que tres meses antes 
hiciera obedecer en el acto al hombre tan andra- 
joso, 6 sea á Juan Colden. De pronto aquellos 
hombres echaron unos peniques sobre la mesa 
y ¡se acercaron al pretendido cochero, que les dijo 
en dialecto irlandés: 
—¡ Queréis seguirme? Necesito dos hermanos, 
—Habla y ordena, —respondió uno de los dos. 
—i Cómo te llamas ? 
—Yo Enrique y este Miguel, 
=—Está bien: Colgaos de las ballestas del carrua- 
je que guío y venid conmigo. El hombre al que 
llevo en él es el enemigo más encarnizado de Ir- 
landa. 
De este modo halló á Enrique y á su compañero 
dispuestos á hacer todo lo que les mandase. Por 
el camino el primero se encaramó al estribo y 
pudo hablar con el Hombre Gris, que le dió ins- 
trucciones y le entregó una cuerda de nudos que 
llevaba arrollada al cucrpo. 
_ El puente en que se detuvo el carruaje fué el 
de Westminster. Desde aquella noche en que el 
Hombre Gris fuera á visitar á lady Elena por el 
corredor que daba al Támesis, todas las noches y 
en la orilla derecha de éste, cerca de la tabernz 
de la Reina, esperaba con un bote un irlandés, al 
que habían dado orden de que fuese á esperar 
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