]
“- 183 —=
taban diseminados en Londres, obedecían siempre,
aislada ó colectivamente, á cualquiera que les pro-
base su autoridad.
Dejó el coche en la calle y vestido de cochero
entró en tuna taberna de Newport street, en la que
sabía habría de encontrar irlandeses. Nadie se fijó
en él cuando se acercó al mostrador, pero cuando,
con marcado acento irlandés, pidió una copa de
ginebra, dos individuos que estaban sentados á
una mesa colocada en un rincón, levantaron la
cabeza y el Hombre Gris hizo rápidamente aquel
extraño signo de la cruz, que tres meses antes
hiciera obedecer en el acto al hombre tan andra-
joso, 6 sea á Juan Colden. De pronto aquellos
hombres echaron unos peniques sobre la mesa
y ¡se acercaron al pretendido cochero, que les dijo
en dialecto irlandés:
—¡ Queréis seguirme? Necesito dos hermanos,
—Habla y ordena, —respondió uno de los dos.
—i Cómo te llamas ?
—Yo Enrique y este Miguel,
=—Está bien: Colgaos de las ballestas del carrua-
je que guío y venid conmigo. El hombre al que
llevo en él es el enemigo más encarnizado de Ir-
landa.
De este modo halló á Enrique y á su compañero
dispuestos á hacer todo lo que les mandase. Por
el camino el primero se encaramó al estribo y
pudo hablar con el Hombre Gris, que le dió ins-
trucciones y le entregó una cuerda de nudos que
llevaba arrollada al cucrpo.
_ El puente en que se detuvo el carruaje fué el
de Westminster. Desde aquella noche en que el
Hombre Gris fuera á visitar á lady Elena por el
corredor que daba al Támesis, todas las noches y
en la orilla derecha de éste, cerca de la tabernz
de la Reina, esperaba con un bote un irlandés, al
que habían dado orden de que fuese á esperar
A RO