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reconoceréis, y de este modo quedaréis más tran-
quilo acerca de mi suerte,
La completa tranquilidad del Hombre Gris con-
venció lícabo al abate Samuel, que bajó á la iglesia
y se arrodilló detrás de un pilar y muy cerca de
la puerta del campanario. Mientras tanto, el Hom-
bre Gris procedía 4% su tocado.
De vez en cuando volvía el abate la cabeza ha-
cai la escalera, mientras que el predicador con-
! _tinuaba su sermón, pero el Hombre Gris no se :
presentaba. Terminado el sermón volvió el sacer-
| dote ajl altar, y pocos momentos antes de termi-
narse el oficio, fué un hombre á arrodillarse al
lado del abate Samuel, que levantó la cabeza y le
miró con la mayor indiferencia. Era un personaje
| vestido con esa elegante sencillez de que los ingle-
ses de clase elevada, fanáticos del traje de etique-
ta durante la noche, hacen gala por la mañana.
En el dedo anular de su mano izquierda, brilla-
ba gruesa sortija blasonada, y en la derecha llevaba
un delgado bastoncillo con puño de plata labra-
da, El cuello alto y muy almidonado de su camisa,
revelaba un origen inglés, por más que el desco-
nocido tuviese pelo y patillas de un negro lus-
troso.
Terminado el oficio, miró aquel hombre al aba-
te Samuel y le saludó, con asombro de éste, que
creía verle por primera vez, y luego se dirigió
lentamente hacia la puerta,
En Londres, la mayoría de la población cató-
¡E lica es muy pobre y desvalida, componiéndose ca-
si toda ella de irlandeses, y un caballero que, al
parecer, gozaba de los dones de la fortuna, era
una cosa rara, si no inaudita, en la humilde igle-
sia de San Jorge. El abate Samuel obedeciendo
á una vaga curiosidad, salió de la iglesia, siguien-
do á lo lejos al desconocido, y dejándose llevar
por la gente que se iba retirando.
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