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Realista. Estémonos quietos que tal vez no nos
verán.
El ruido, sin embargo, se hacía cada vez más
distinto y la lancha parecía dirigirse hacia aque-
lla parte.
El Dandy, con los ojos fijos en el subterráneo,
no hizo gran caso de aquello.
Era poco probable por otra parte, que la lan-
cha, que parecía acercarse cada vez más, fuese á
pasar tan cerca de la orilla que tropezase con la
del Dandy.
No obstante se acercaba: de minuto en minuto.
No la veía aún el Dandy, pero oía un murmu-
Yo de voces muy confuso que se mezelaba con.
el ruido de los remos.
De improviso desgarró la niebla y apareció á
los ojos del Dandy.
Este se echó boca abajo en su bote.
La lancha seguía gobernando hacia el sitio en
que él se hallaba.
Al convencerse de esto se apoderó de él una
vaga inquietud.
En la lancha que se acercaba había tres hom-
bres.
Uno que estaba en pie á popa y otros dos que
remaban.
Ya hemos dicho que la noche estaba muy obs-
cura y si el Dandy no podía ver los rostros de
aquellos hombres en cambio oyó de pronto una
voz que le hizo estremecer.
“Aquella voz la había oído en otra ocasión y,
sin embargo, no podía decir aún á quien perte-
necía.
—Si—decía,—es para mañana,
—En Newgate no se pueden quejar, —respóndió
otra voz, á la cuenta lal del segundo remero, pero
que era completamente desconocida para el Dandy.
—Ayer ¡'horcaron á la ladrona de niños.