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—Y mañana le toca el turno á ese pobre hom-
bre.
Aquella vez acudió un recuerdo á la memoria
del Dandy.
Supo, por fin, de quién era aquella voz,
Era de Nichols.
Y la lancha seguía ganando terreno mientras
que el terror se apoderaba del Dandy que no se
atrevía ni 4 moverse diciéndose: 4
—¡Si me reconocen estoy perdido!
En efecto, en aquellos instantes eel bueno del
Dandy se arrepentía amargamente de haber aban-
donado su buena piel negra que le proporciona-
ra eel Hombre Gris.
es
De pronto Nichols y su compañero dieron su 4
| último y violento golpe de remo y la lancha fué A
á chocar con el botecillo del Dandy, que se puso 7
en pie trastornado: tan violenta había sido la sa- 3
cudida. y
Al erguirse obedeció el Dandy 4 una inspira-
ción. Olvidando al Hombre Gris para no pensar El
más que en su propia salvación, quiso arrojarse al
agua y huir nadando.
Esto hubiera sido fácil admitiendo que la lan-
cha de Nichols tropezara por casualidad con su
bote. Era evidente que entonces habría tenido tiem-
po para arrojarse al agua antes de que le recono-
ciesen. 3
Pero la casualidad no entraba ¡ay! para nada j
en ese encuentro como se va á ver.
No hizo el Dandy más que ponerse en pie cuan- 4
do se sintió cogido por «el cuello por Nichols, que $
había saltado al bote. q
Dió un grito el Dandy y quiso defenderse,
—¡Me reconoces?—preguntó Nichols.
Resistíase aún el Dandy, y el que estaba en pie
á popa de la lancha, dijo'con voz imperiosa;
—Atadlo en, seguida,