católico evita con cuidado todo contacto con los
clergymans, y no lo hace por orgullo sino por
humildad y tal vez por temor, pues la persecu-
ción secular les acostumbró á pasar con la cabeza
inclinada.
El abate Samuel retrocedió un paso y hasta hizo
un gesto de sorpresa inquieta y medrosa, al en-
contrarse frente á frente con un ministro de la
fo fundada por Enrique VIII; empero, el clergy-
man era joven, tenía un rostro simpático, una voz
llena de dulzura, y saludó con mucho respeto al
sacerdote católico.
Existe, señor abate, un terreno neutral en el
que nuestras dos iglesias pueden encontrarse, y
es el de la caridad.
Tenéis razón, señor, —respondió el abate Sa-
muel devolviendo el saludo al joven clergyman, que
continuó:
—Moe dirigí antes á San Luis, pero no hallán-
doos allí vine aquí.—El abate Samuel esperó. —
Sabemos, señor abate, —prosiguió el joven clergy-
man, —que con mucha frecuencia prodigais cuida-
dos y limosnas á desgraciados que pertenecen á
nuestra comunión.
—Todos los hombres son hermanos míos, —res-
pondió con mucha sencillez el abate Samuel.
—También nosotros practicamos vuestras máxi-
mas, y á eso se debe que hayamos auxiliado á un
católico que va á morir á pesar de nuestros cui-
dados y esfuerzos. En sus últimos momentos so-
licita vuestros auxilios; ¿se lo negartis?
Estoy dispuesto á seguiros, —respondió el aba-
to Samuel.
—Entonces, venid, —dijo el clergyman, y mandó
parar un, coche que pasaba de vacío,