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culto anticuado, esa iglesia reducida entre nosotros
á la obscuridad y al silencio, tendámonos la mano
y venid con nosotros.
La indignación reemplazó al estupor en el áni-
mo del abate, pero era muda y contenida hasta el
extremo de que el reverendo Town pudo creer que
la traición hacía mella en el corazón.
—¿Cuál fué vuestro lote hasta el presente ?—pro-
siguió. —Vivir pobre y obscuramente, predicando
la le á mendigos y sirviendo una causa perdida de
antemano. Veníos á nuestro lado y Os haremos
grande y fuerte, seréis rico y poderoso y los conver-
liréis en uno de esos señores del mundo de que os
hablé poco há.
Al cabo pudo pasar la voz á través de la oprimi-
da garganta del abate Samuel.
¿Es una apostasía lo que me pedís?-—preguntó.
—No, 'una apostasía, no, una convicción, —res-
pondió Town con audacia, y de pronto «el abate
Samuel, que hasta entonces retrocediera, dió un
paso adelante y, á su vez, cógió de la máno al
presbítero anglicano diciéndole:
—0s escuché hasta ahora, oidme á mi vez, De
al hablar así, parecía completamente transfigura-
do; sus ojos azules, de ordinario tan tristes, cenle-
lleaban, su voz habíase tornado sonora y vibrante
y el reverendo Pedro Town, gran dominador de
conciencias, inclinó la cabeza bajo aquella mirada
centellcante,—¡ Escuchadme!—repitió el abate Sa:
muel,
—¡0Oidme ahora! d
Y setacercó á la balaustrada dirigiendo una pro-
longada mirada á la colosal ciudad acurrucada co-
mo 'un monstruo de millones de ojos y de cabezas
en las dos orillas del Támesis.
—Sí, tenéis razón, vuestros son los buques incon-
tables con cargamentos riquísimos, vuestros son el
Poderío comercial del mundo v Ins hienes terrana.
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