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y que rechazó las pretensiones de linajudos y 'acau-
dalados pretendientes... del hijo de lord C.... entre
otros, y no habréis olvidado que el pretendiente
despechado quiso saltarse la tapa de los sesos.
—Y también al baronet sir Guillermo P... que
éste sí que se lo pegó, —añadió otro.
—Y fué á consecuencia de ese acontecimiento
por lo que lady Elena se fué á Italia hace dos
años, —siguió diciendo el baronet sir Edmundo, —y,
ahí es donde empieza mi historia.
—Contádnosla, Edmundo.
—Lady Elena pasó un mes en Mónaco, en don-
de, como sabéis, hay tantos rusos como ingleses,
y allí trastornó la cabeza al conde de R... que
juró que se casaría con ella.
—¿ Y crecis que el conde de R... es ese caballe-
ro que acaba de pasar?
—SÍ.
—¿En qué basáis esa opinión?
—En un hecho muy sencillo: hace fres mesos
que no se vió á lady, Elena en este paseo y hoy
está aquí.
—Es verdad, entró ahora mismo por la verja
de White Hall. y
—Eso no prueba nada. |
—¿ Por qué?
Un jinete se había reunido al grupo de los del
«mailcoach» y galopó al lado de éste. Era un jo-
ven muy atendido que tenía el título de marqués
de L...
—Creo, señores, que podéis apostar. Yo lo hago
por Edmundo y, voy 4 tener la prueba de lo que
dice.
—¿De qué manera, marqués?
—Con mucha facilidad.
«Pero ¿cómo?
—Pues yéndoselo 4 preguntar á la misma lady
Elena. Ya sabéis que soy amigo suyo.